Recien hoy me he dado algo de tiempo para transcribir una pequeña experiencia de psicodrama de campo individual... Durante mi anterior viaje a Santiago -hace ya un par de meses casi- tuve una caminata nocturna junto a mi fiel amigo Kiltro, con quien nos sumergimos entre callejones y sombras dispersas de la ciudad, en busca de esos espiritus que recorren la noche en silencio... la comparto esperando pronto poder agregar nuevas contribuciones y ojala´ estimular a otros a probar la experiencia...
Santiago, 28 de Noviembre 2012.
El calor de la ciudad y sus luces
son extrañas, grotescas debido a su matiz empalagoso y sucio por el polvo. Grotesco
y disperso… la gente mira sin ver y sin entender qué pasa realmente en la vida
o en la cabeza de nadie. Autómatas anestesiados y hastiados.
¿Será esto el supuesto “apocalipsis”?
¿La inconsciencia e indiferencia absoluta en la que estamos sumergidos, que nos
aliena, separa y enloquece? Tal vez mis palabras solo se deban a la rabia, que
notablemente me ha acompañado desde hace días; imagino que se debe a la falta
de sueño y la lejanía del hogar, condiciones que contribuyen a hacerme sentir
solitario y desvalido en la mole de la metrópolis.
Es extraña la relación que se
crea con los espacios que se consideran “propios”, como “mi” hogar, “mi”
ciudad, “mis” calles y negocios, etcétera. Me recuerda la idea habitual entre
los hombres primitivos acerca de que de una u otra manera nuestros espíritus
impregnaban determinados lugares significativos para nosotros en vida, enraizándose
en ellos y dándoles una atmosfera y cualidad única… ¿cómo olvidar las casas
encantadas? ¿Los claros embrujados? ¿Los oscuros callejones del pueblo o las
siluetas tenebrosas del cementerio a lo lejos en el atardecer? ¡Ah, suspiro
solo de pensar en ello!
Y esos callejones que cruzan
secreta y siniestramente la ciudad, paralelos a las grandes avenidas… nadie
parece percatarse de ellos, pero allí están; piedras y polvo, una arquitectura
totalmente ajena al aire moderno de las demás calles y su alumbrado público,
sus vehículos y el bullicio… das la vuelta en una esquina y de pronto ¡paf! Aparece
de la nada el silencio y la quietud. Hasta el aire parece distinto, como si
repentinamente hubieses sido trasladado mágicamente a kilómetros de la ciudad. O
mejor dicho, a siglos atrás.
Su cariz antiguo, casi etéreo y absolutamente
ensoñador que te envuelve con las luces de los faroles ¿son faroles esos en
verdad? ¿No los sacaron todos ya hace años del centro?...
Bueno, como decía, todo en esas
calles genera una atmosfera de irrealidad y atemporalidad que me envuelven. Cruzo
los adoquines lentamente, paso a paso, como si en verdad fuera un sueño. Espero
que un carruaje avance de pronto o que el nochero aparezca en la esquina
gritando la hora. Pero no. Estos callejones nunca tienen habitantes, siempre
vacios. Supongo que son un lugar de paso. Un tiempo que nos permite atravesar –como
si de un túnel se tratase- hacia otro tiempo que nos espera más adelante…
llegas a la esquina y nuevamente ¡paf! Retorna el ruido y las luces, se acaba
la magia y despiertas a la calle atiborrada.
Sí, hay noches particulares, como
ésta, en que la ciudad se abre y te muestra sus secretos. Oh, no te confundas, sólo
los muestra, pero no los explica. Nunca explica nada. Y asi´ permite al misterio permanecer vivo, latente y a la espera de encontrarnos otra vez en el lugar
menos esperado…
He salido a caminar y me he
topado con espíritus de la ciudad, de esos que aun la recuerdan como era antes,
el Santiago de antaño ¿qué extraña magia o don permite, aunque sólo sea por
unos momentos, podamos saborear esta realidad ajena y misteriosa? Ya he vuelto
a casa, y me he puesto a escribir, con una cierta melancolía que ha ganado en mí.
Añoro todavía el silencio de las calles escondidas, y veo que comienza a llover
suavemente.
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